Sigo con la octava anécdota de mi serie especial sobre salas de espera.
Hará unos siete meses. En la sala de espera está un chico con un Dogo de Burdeos y yo.
El Dogo estirado en el suelo, echándose una siesta. Entra una chica con un Chiuahua en brazos. Desde el minuto uno, el Chiuahua no deja de ladrar y moverse como si quisiera ir a por el Dogo, “suéltame, que me lo como”, parecía decir.
Al rato, la chica se levanta, acerca al Chiuahua, lo suelta frente al Dogo y dice: “A ver, valiente, ladra ahora”. Sin solución de continuidad, el Chiuahua pega un grito, se da media vuelta y sale corriendo “patas para qué os quiero”.
Moraleja: si vas de farol, puedes acabar haciendo el ridículo.