Cómo diagnosticar y evitar los comportamientos contraproducentes en el trabajo

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Quien más quien menos ha lidiado con un compañero o colaborador tóxico (te recomiendo leer mi artículo “5 Perfiles de Empleados tóxicos«, del 23/2/2017). Sin embargo, muchas personas no son conscientes del alcance de los daños provocados por los comportamientos contraproducentes.

Además de los costes económicos directos, las empresas que tienen empleados con comportamientos contraproducentes, sufren daños en cuanto a su reputación, la pérdida de talentos e incluso, son objeto de procesamientos judiciales.

Sin embargo, los empleadores no son necesariamente impotentes frente a estas desviaciones. Ya sea en materia de discriminación, engaño o incumplimiento de las normas, es posible intervenir de forma constructiva. En este artículo intentaremos entender las causas de estos comportamientos y descubrir las acciones preventivas que tú, como empleador, podrías llevar a cabo.

¿Por qué los empleados adoptan un comportamiento contraproducente en el trabajo?

Algunas características, como un bajo nivel de empatía y de capacidad de definirse como una personal ética pueden llevar a comportamientos contraproducentes. Sin embargo, sólo son meros indicadores.

Una gran mayoría de personas que adoptan comportamientos contraproducentes en el trabajo tienen un alto nivel de empatía y piensan que están actuando éticamente. Si les pregunta si se consideran buenas personas, le contestarán que sí. Por ello, los motivos de estos comportamientos anómalos hay que hallarlos en otra parte. En este caso, las razones residen en el desentendimiento ético.

Como seres humanos, somos capaces de autorregularnos. Somos conscientes de que si hacemos algo mal, nos vamos a sentir mal y, por ello, trataremos de evitarlo.

Esto significa que, para adoptar o inducir a un comportamiento contraproducente en el trabajo, debemos convencernos de que nuestro comportamiento no es “realmente malo”. En otras palabras, separamos nuestras acciones de nuestro código moral.

En nuestra cultura está muy extendida la envidia fruto de las comparaciones que hacemos con otros. La envidia lleva en muchas ocasiones a que nosotros mismos justifiquemos una actitud contraproducente. Por ejemplo: pensar que como mi compañero cobra lo mismo que yo, pero trabaja una hora menos al día, pues yo me voy a casa a las 6.00 horas y no a las 7.00 horas.

Es decir, justificamos nuestro mal comportamiento como reacción a una situación que creemos injusta y de esta forma engañamos a nuestro subconsciente. Resumiendo: adoptar un comportamiento no ético requiere una cierta flexibilidad mental.

¿Cómo actuar con respecto a esos comportamientos contraproducentes?

Aunque algunos comportamientos son tan graves como para despedir a los empleados implicados, los costes de contratación y de formación podrían disuadirle y hacerle optar por la implementación de medidas preventivas. Aunque no lo creamos, las empresas pueden evitar estos comportamientos de riesgo por el análisis de su política de empresa (ver si su política permite explotar o tratar de manera injusta a sus colaboradores, puede tratarse de una primera justificación para la práctica de conductas no éticas: “Como me pagan mal, puedo recuperar más horas”) y el establecimiento de acciones como evaluaciones periódicas no estigmatizadoras (lee mi artículo «3 pasos para implementar un programa de medición del rendimiento»), diálogos abiertos y sin prejuicios, así como programas de formación para sensibilizar desde el momento de la contratación a sus empleados con respecto a los principios éticos de la empresa y favorecer una cultura de trabajo más positiva y más eficaz.

Mi recomendación: si detectas actitudes contraproducentes, habla con la persona implicada, abiertamente, sin tapujos, intentando encontrar las causas y procurando ponerle solución si la causa lo justifica.

Es muy importante que el trabajador con conducta contraproducente sepa que, si no cambia de actitud, habrá consecuencias para él ya que, si tiene impunidad y no se siente amenazado, no cambiará de actitud.

Autor: Jordi Gimeno, veterinario